Conversaciones necias

—Confío en ti, solo que no me apetece hablar de mis asuntos —dijo mientras miraba a todas partes y añadió— estoy cansado de preocuparme por los demás y no hacer nada para mí.
La tarde era tranquila, no pasaba nada fuera de lo común, estaba con los colegas a los que había conocido en una exposición de arte, en un día de lluvia, intercambiaron unas cuantas palabras y notaron que había feeling, por eso lo invitaron a pasar la tarde en su piso y, en el proceso, ver que surgía.
—Me preocupan muchas cosas, la guerra, por ejemplo, menudo caos, menudas muertes sin sentido, pero no me apetece hablar sobre ello, si quieres hagamos —pensó en decir el tonto, pero calló— como hasta ahora, pero, hablar de aspectos personales, no.
Las risas no se hicieron esperar, era un relajo, había conexión, por eso lo siguieron invitando, conforme fueron conociéndose más, su primera impresión se afianzó.
—Solo te pregunté la razón por la que estabas alicaído, se nota en tus gestos, no creo que sea una impertinencia —buscó con la mirada que su afirmación fuera aprobada—. Sé que no te conozco lo suficiente, como para que confíes en mí, pero me preocupa el motivo de tu actitud.
En ocasiones había silencios entre ellos, pero eso no era lo común, ya que volvían a charlar con más energía que al principio.
—Gracias por preocuparte —intentó con esta frase quitarle seriedad al tema, se dio cuenta que el ambiente se estaba volviendo desagradable y continuó—, pero no me apetece hablar sobre mí, sobre mis cosas, sobre mis proyectos.
Por un lado, siempre sacaban ideas interesantes que les servían para continuar con sus aportaciones, algunos afirmaban que eso parecía un aquelarre, cada miembro aportaba un toque personal a sus intervenciones.
—Como he dicho, estoy cansado de preocuparme por los demás, ya que siempre me olvido de mí y quiero dedicarme tiempo, quiero hacer realidad mis objetivos y no seguir procrastinándolos. No sois vosotros —miró a los ojos a cada uno— soy yo, cuando me aclare os lo comentaré.
Por otro, era placentero estar rodeado de gente que compartía las mismas inquietudes, no había mácula alguna que los hiciera replantearse el hecho de seguir reuniéndose.
—En serio, os lo contaré —sin embargo, él tenía claro que ya no le satisfacía estar ahí, conversar con esa gente tan superficial que pensaban que hacer el tonto bastaba para cambiar el mundo.
Incluso al más entusiasta del grupo se le ocurrió poner un nombre a sus reuniones, para que fueran más serías, aunque esta afirmación fue acompañada por una carcajada.
—¿No me creéis? —le resultaban pesados en algunos temas, en especial en aquellos referidos a la gente con menos suerte, aquellos que no contaban con sus medios. Achacaban que su situación era solo por su culpa, pues ellos también habían tenido problemas y tuvieron que esforzarse para lograr la comodidad de la que ahora disfrutaban.
No obstante, luego de varias discusiones llegaron a la conclusión de que no necesitaban de ningún apelativo, era mejor como estaban, pasándoselo pipa sin la necesidad de considerar el sentimiento de pertenencia.
—Ya, solo fue una pregunta, no quería incomodarte —repitió.
El grupo sin nombre no era un mal apelativo, pero con seguridad —se dijeron— este ya estaría tomado, no lo consideraban lo suficientemente original.
—No es el momento, como os he dicho —¿Qué lo había llevado por esa exposición?, se reirían de él si les dijera que estaba ahí porque se estaba resguardando de la lluvia y no porque le interesara lo que estaba expuesto. Con esto, probablemente, rompería la magia, se sentirían defraudados.
Su espíritu animoso los llevaba a hacer cosas más interesantes, a poner manos a la obra, lo harían con la seguridad que trascendería a todo.
—Y ya te he dicho que no pasa nada, simplemente, me sorprendió tu actitud.
Su grupo dispar, con miembros de diferentes sitios, pero no de clase, era mágico congeniar de ese modo —afirmaban.
—Como os he dicho quiero estar conmigo, centrarme en lo importante, no creo que hablar sobre mí sea interesante —Pensaban que el hecho de hablar ayudaba a los demás, cuando se centraban en preguntar por cuestiones personales, no era porque se preocuparan, era porque sentían lástima, ellos tan afortunados y el resto, tan desgraciados.
Siempre era interesante estar ahí, sentir que no estaba del todo jodido el mundo, que había un haz de esperanza.
—No quiero dejar de lado mis proyectos, no quiero olvidarme —esa actitud de superioridad era insoportable. Sus charlas según ellos, profundas, no pasaban de ser un conglomerado de argumentaciones que no llegaban a una resolución, simplemente, se la pasaban soltando frases, algunas veces sin sentido, pero que según su percepción eran válidas para lo que ellos aspiraban, pero desde su punto de vista eran importantes. Nunca quiso sacarlos de su error.
Un sitio que les permitía pasarse días enteros hablando, sin cansarse, sin querer salir de ahí.
—De todos modos, gracias por preocuparse.
Alguna vez se percataron que algún vecino prestaba atención a sus discursos, de soslayo observaron que fisgoneaba como tratando de enterarse de lo que sucedía allí, esto los hizo tomar conciencia de la importancia que estaban adquiriendo.
—Espero que volvamos al lugar de siempre —Le resultaban tan pueriles, sus preocupaciones eran del tipo: no sé a qué presentación ir, vivían en una burbuja.
Así pasaban la temporada, luego viajaban, pero siempre que volvían a la ciudad buscaban reunirse.
—Espero que nos veamos pronto, llamadme cuando estéis en la ciudad, no importa lo que esté haciendo, lo dejaré de lado para ir a reunirme con vosotros —aunque, así como todo, no tenía la certeza de que ocurriese, tenía sus preocupaciones y era mejor volver al mundo real, a sus circunstancias.